ES OFICIAL.

Es oficial: hasta para la familia tengo novio.

Me moría del pánico de contarle a este grupo de viejitas conservadoras, primos ñoños y señores neuróticos, miembros de mi familia (que saben que a todos los quiero un montón, valga la lambonería, porque parece que algunos me leen), que pues sí, tengo novio, y ¿qué?

Iba decidida al enfrentamiento: reunión familiar con todos los juguetes, invitado hasta el gato… y con una asistencia que sobrepasaba por bastante el quórum, si alguien me preguntaba por mi vida sentimental no tendría escapatoria. Me iban a arrinconar. Por fortuna, el susodicho se encontraba en viaje de negocios, entonces sería yo sola quien debería enfrentarlos a todos sin que él pasara por ese nefasto episodio.

Y no se para qué le doy tantas vueltas a esto. Pasó lo que pasa en todas las familias: unos me hicieron mala cara, otros le pusieron apodos de una vez, algunos me felicitaron por darme la oportunidad de ser feliz, y otros más conservadores se alegraron de que no ande sola vagando por el mundo (buenas intenciones en todo caso). Después de eso respondí unos siete interrogatorios acerca de su familia, profesión y/u oficio, edad, estado civil (soltero, viudo, separado, divorciado, que no hace ninguna diferencia, pero siempre preguntan), cuanto llevamos juntos (a unos les parece mucho y reclaman porque no conté antes, a otros les parece apresurado que considere que tengo novio).

Unos días después llegue con él a casa de mi abuela y todos lo saludaron como si ya lo conocieran, así que creo que le evité una buena cantidad de kilómetros de trocha colombiana (mi familia es de denso relieve), sin que él siquiera se enterara. “Good job”, Aventurera ;).

De pronto uno se detiene a tomar un respiro y piensa: ojala tanta maroma valga la pena.

El caso es que debo aceptar que esta vez me ha costado más que otras reconocer públicamente que… que tengo novio. Que me he enamorado. Que todo lo veo rosado, que llevo meses sin contestarle mal a mi jefe porque ando de buen genio, que cuando oigo a los cuenteros callejeros que siempre andan con una diabólica cara de ponqué suspiro en vez de fruncir el ceño (es que no me gusta ese positivismo fanático-mágico que le ponen a todo lo que pasa a su alrededor), que veo a los adolescentes besándose desaforadamente en la calle, y en vez sentir esas ganas de gritar “¡PÁGUELE PIEZA!”, pienso en lo lindos que se ven. Y es así: con todas las arandelas, pero reconocerlo me ha costado.

Es que después de un número considerable de fracasos (en este caso todo número superior a cero es considerable), empieza uno a verla negra. Es difícil esperanzarse por más que las cosas vayan bien. Uno ya ha pintado antes castillos en el aire, ha creído ver a dios en medio de las tormentas, y ha visto esas inconfundibles y evidentes “señales” que el destino pone en el camino, para que a la larga todo se derrumbe, porque ‘los jóvenes de hoy en día’ resultan ser, en la mayoría de los casos, un paquete chileno.

Es tan profunda la tara, que termina uno regañando al nuevo novio por cosas que le hizo el anterior.

Así, apenas en la segunda cita:

AVENTURERA: ¿Por qué no me llamaste en todo el día? Estás raro otra vez. Algo te pasa, dime que es, porque me estoy cansando de todo esto.
SUSODICHO: No es que esté raro, tú siempre pasándote películas. Tenía mucho trabajo.
AVENTURERA: (pone voz burlesca y lo parodia con acento “cetáceo”) “Tenía mucho trabajo”.
SUSODICHO: ¡Eres una grosera! ¡No voy a quedarme aquí para ver como me faltas el respeto mientras me remedas y te burlas de mí!

Y Susodicho, sale y se va, como si realmente ya estuviera saturado de tantas faltas de respeto, y Aventurera no va detrás, porque en serio cree que está raro.

Ay… es que no es fácil. No quiero indagar mucho en mi subconsciente acerca de quien me dejó, entre muchas otras, la tara de hablar quinientas veces al día por teléfono y además me castigaba de cuando en vez llamándome cuatrocientas noventa y nueve, ni quien dejó a este personaje tan irascible como para no aguantar una chancita que pretendía limar asperezas y convertirla en un drama, pero pasa, y hay que detenerse a entender que a pesar de que me hirió en lo más profundo de mi corazón, no fue él.

Cuando me pasó, me dio literalmente oso y me quedé calladita porque me sentí como bruja loca. Luego até cabos de historias ajenas y me di cuenta de que le pasa a raimundo y todo el mundo incluido él, cosa que me tranquilizó, y no porque traduzca en buenas mis acciones sino porque me da ese toque de humanidad que a veces necesito para no darme tan duro.

Y esa si es una señal: cuando este tipo de cosas salen a flote, es señal de que queda toda la basura que dejaron por ahí escondida los inquilinos anteriores, y es hora de reconocer que viene un trabajito de introspección para limpiar todos los rincones, poder recargar baterías y empezar de nuevo como debe ser, bien sea solo o acompañado.

Empieza la tarea de limpiar el mugre pegado, de tirar cosas inservibles que uno no botó por si servían para otra vez, como esa sombrita tan útil que le hacen a uno en los ojos (sobre todo en días de sol) esos cachos que le pusieron hace años… ¡Ya no los tiene! Compre gafas oscuras y entienda que si ya no hay cachos, no hay sombra. O mejor: disfrute de la luz del sol que tiene encima, dicen que tiene vitaminas, y además no se ve todos los días.

Todo eso para dejar entrar al nuevo inquilino o, si decidimos continuar solos, estar uno un poco mas holgado en un espacio amplio y limpio, y aunque el proceso cueste trabajo y demore un tiempo, vale la pena. Es agotador, pero no es desgastante, al contrario revitaliza el alma y puede quitarle a uno hasta cansancios pasados. Igualito que hacer ejercicio.

Y solo para sacarme la espinita: si hay alguien que me ame más que tú, y sobre todo más limpiamente.

POR: AVENTURERA

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