EVA, MARÍA MAGDALENA, NOSOTRAS...

A partir de estos dos ejemplos inverosímiles, Eva y María Magdalena, nos enseñaron que las mujeres somos pecadoras en esencia. Que los hombres están en todo el derecho de despreciarnos porque los hemos inducido al pecado. Al conversar desprevenidamente veo como todos caemos en el mismo error, y quien no haya pecado que tire la primera piedra.

Dios perdonó a Eva, pero en todo caso la castigó quitándole el paraíso, y le dio el derecho a la humanidad de culparla por eso el resto de su existencia, y así justificar todos sus errores.

Jesús aceptó a María Magdalena dentro de sus seguidores, no porque diera lo mismo que lo siga una mujer o un hombre, porque ambos aportamos a la sociedad, sino porque él era TAN bueno, que le permitía hasta a una mujer participar de sus reuniones.

El otro día almorzaba en una mesa familiar. Hablábamos de un lejanísimo primo que a sus casi cuarenta no se ha casado. Al principio sus padres con una expresión de inmensa tristeza hablaban de cómo todas sus novias lo habían dejado. Luego se dieron cuenta de que dejaban al desnudo las debilidades más profundas de este pobre hombre y algunos salieron en su defensa para contar que sus parejas lo habían dejado por sus infidelidades. Al mismo tiempo un hombre de más de sesenta se reía pícaramente mientras decía: “es que él si sabe cómo es. Por eso no lo han cazado…” (No es un error de ortografía, es un error de idiosincrasia).

Lo que más me tenía aterrada de esta conversación es que mi hijita de siete años escuchaba. Ella escuchaba como nuestra propia familia desde que somos niños comienza a inculcarnos la idea de que las mujeres que queremos un hogar somos unas brujas, y los hombres que también quieren un hogar son unos suicidas dementes y débiles. Los que no valoran a la mujer que tienen al lado son los que realmente conocen el maní, y las mujeres fuertes son las que se burlan a carcajadas de las que han tenido la mala suerte de encontrarse con un desadaptado de estos.

Pocos días después, en otra mesa, mi hija se quejaba de la comida que le había servido (cosa que no me extraña ni me preocupa: todos los niños se quejan, y la mía en particular sabe que igual tiene que comérsela), y entonces ahí, en mi mesa, a raíz de la queja de mi hija alguien comentó: “mujer que no jode es hombre”. Realmente sentí una agresión de género. No me defendí primero porque no quería que mi hija viera cómo se le da importancia a semejante banalidad, y segundo porque esta persona pareciera que fue tan pobre en su crianza en cuanto al valor del ser que lo parió, que sabía que lo que él quería era propiciar un rato ameno con un chiste corriente. Fue pésima idea, pero nadie dijo nada en pro de continuar con el agradable momento que vivíamos.

Nota al pie: Si usted está leyendo eso, y alguna vez se sienta con mi familia a comer, busque en sus archivos otro repertorio, porque a mí me criaron orgullosa de que no me cuelgue nada entre las piernas (a mi hermano también lo criaron orgulloso de sí tenerlo), y cualquier cosa que contraríe eso es ofensivo para toda la mesa.

Pero siguiendo con el tema, como les decía me quedé pensando durante días, que los niñitos de esa edad, independientemente de su género se quejan todos de la comida que les sirven, y me acordé de otra escena muy parecida, pero esta vez quien se quejaba era un niño y no una niña, y su padre volteó a mirarme y me dijo con un orgullo que le inflaba increíblemente el pecho: “¿si ve? Lo bueno de los hombres es que desde chiquitos saben lo que quieren y lo que no quieren”. La esposa, madre del niño, volteó a mirarme carcajeada por el buen humor de su esposo.

Estudiar derecho me ha dado la ventaja de distinguir entre la realidad y las interpretaciones convenientes. Ojala usted, lector, este dando también en el punto.

Así pasan los años, y la sociedad nos convierte en las brujas del paseo. Los hombres adquieren, con su crianza, el derecho a odiarnos, y entonces cualquiera que haya sufrido algún maltrato o tenga un trauma pecueco, termina cometiendo una atrocidad como la que se cometió contra Rosa Elvira Celi el pasado veintitrés de mayo.

Nos enseñan unos principios tan raros que a la larga son disparates que nos confunden emocional e intelectualmente:

- Que a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa, pero no por respeto sino porque ella es débil.
- Que las mujeres hablamos más que los hombres, pero no porque tengamos mayores capacidades de comunicación sino porque le dan tanta importancia al género masculino, que en serio creen que tenemos todo el día para joderlos.
- Que si nosotras queremos una familia está bien, y si no la queremos somos unas perras desalmadas.
- Que si ellos quieren una familia está mal ¿Por qué? Porque si las mujeres, que son malas, quieren una, es porque eso debe ser malo… (Oohh! Qué raro, me encontré un paradigma) ¿Y se supone que eso es lo que les da derecho a no responder cuando tienen una? Y si la quieren, son débiles.
- Que si una mujer espera que su esposo le sea fiel está loca. Si un hombre espera lo mismo, está tranquilo porque es la obligación de ella. Traducción: Entonces… ¿las obligaciones no son mutuas?

Hay un desprecio por los instintos, las cualidades, los deseos, y en general por todas las características de las mujeres. Y lo más triste de todo es que muchas mujeres promovemos estas enseñanzas, esta nefasta actitud frente al mundo.

A mí me enseñaron que la felicidad no está al lado de un hombre. Pero también escuchaba en otros escenarios (como el colegio, por ejemplo) que si estoy con un hombre, mi obligación es hacerlo feliz incluso a costa de mi felicidad propia. Me enseñaron que ser mujer es un orgullo. Pero también escuchaba fuera de la casa que era mejor tener hijos hombres porque ser mujer es muy difícil. Me enseñaron que tener una familia lo hace a uno realmente feliz. Pero he escuchado por estos días que desear tenerla es convertirme en una “busca-maridos” y violar la primera enseñanza: la felicidad no está al lado de un hombre (aquí cuando digo “un hombre” hablo por mi situación particular, en realidad me refiero a una pareja). ¿Cómo no confundirse?

Me molesta profundamente escuchar a los hombres todas sus quejas de las mujeres. Sin embargo, cuando acaban a lengua limpia con una mujer, es patético verlos acto seguido lamentarse porque no tienen a una al lado. ¿Y somos nosotras las que no sabemos lo que queremos?

Es que en serio, en serio, estamos muy mal educados en este tema, y le damos alcances increíbles a nuestra inteligencia para hacer dinero, planear vacaciones, ocultar infidelidades, y aprendernos de memoria todo el desprecio que esta sociedad siente por la mujer, y no hablo de los hombres, hablo de toda la sociedad, porque se encuentra uno a menudo con mujeres que odian a las mujeres. Es incomprensible que no usemos esa inteligencia para entender el valor que tiene cada uno como ser humano, que en eso somos todos iguales, y esa característica es la que nos debe llevar a aceptar con gusto las diferencias.

Y así, de enseñanzas que vienen de la casa acerca de cómo nuestras mismas familias nos alejan de lo que realmente queremos, y nos coartan desde niños el derecho que tendríamos a querer lo mismo, nos alejamos de la verdadera felicidad.

Somos de diferentes géneros y diferencias hay miles. Pero somos de la misma especie y parecidos hay millones.

No puedo dejar de molestarme con un hombre que juzga el hecho de que le diga yo en su cara que cometió un error y que me gane entonces el apelativo de “jodona”. Me hierve la sangre escuchar a los padres de un hombre hecho y derecho decir que están orgullosos de él porque no se ha dejado casar, cuando lo que pasa es que el tipo es socialmente desadaptado y ninguna soporta a este paupérrimo personaje. ¿Qué cree usted que habla el padre de una de esas mujeres que lo ha dejado sobre su hijo?
Pero estas son las situaciones a cerca de las cuales las familias hablan y mientras tanto mi chiquita, que es una estupenda mujer, tiene que oír todas estas insensateces, y ver como la gente que le dice que la quiere, se regodea de trapear el piso con su género.

Yo amo a mi especie. Espero que algún día todos podamos hacer lo mismo sin importar géneros ni diferencias de otra clase.

Espinita: puede ser casualidad, pero en cuanto a los que a mí me han tocado, joden hata más no poder, y si me quejo por sus jodencias armándome del valor que se necesita para decirles que su actitud es nefasta, voltean la arepa para decir que la que jode soy yo.

Los invito a que nos miremos de igual a igual, y que le demos el valor que merece a la vida, al ser humano y a sus posibilidades, descartando desprecios que traen a pique el valor de la mujer como parte integrante fundamental de la sociedad.

POR: AVENTURERA

Comentarios

  1. Carlita Genial.

    Pero la verdad todo radica en el respeto a la condición de ser humano, valores inculcados, el respeto a la opinión, a su libre albedrio,a respetar aunque no comparta, ser feliz no es tan dificil, si estas acompañado de lo anterior, de soñar, de tener esperanza, de mimar y ser mimado, de evitar excesos y defectos, la paz del alma de quien me rodea, el riesgo es, si será quien debe ser para mi?, llamese hombre o mujer o lo que pueda ser.

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  2. Con este texto tan instructivo en el tema de la mujer y el hombre, y la "Espinita", será que lo que se está viendo, es un patrón en tu comportamiento? será que todos joden y voltean la arepá? o será que tienes un comportamiento particular que los lleva a eso... No se sabe, pero lo que si se es que el blog está muy bueno, felicitaciones Aventurera...

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