LO QUE NADIE ME DICE


Detesto los secretos. Sé que a veces son necesarios, pero no por eso vamos a comulgar por ellos, y hasta mejor es no necesitarlos. 

Y los secretos son algo bien complejo porque no son solamente esos temas entre dos de los que nunca nadie debe saber, y se resumen en cosas que se hablan solo entre aquellos; esos son hasta sanos en ciertos casos. E incluso sin convencerme del todo, lo que otros me han confiado lo atesoro con el valor que ese voto merece.

Pero también hay otros secretos que generan tensiones, incomodidades, inseguridades… esos secretos que consisten en cosas que todos sabemos pero que nadie habla de ellas. Estos sí que los detesto y no entiendo su razón de ser. No entiendo que todos tengamos una premisa en la mente y nos dediquemos a hacer especulaciones alrededor de ella porque no es permitido preguntarle al que es cómo son las cosas.

Es curioso saber también que uno sabe que los demás saben, pero por algún miedo no se atreve a hablarlo. Y el miedo no es gratuito: de pronto uno en ciertas circunstancias se atreve a manifestar un poco de lo que opina al respecto o a lanzar un cuestionamiento al aire y el que está sentado al lado te pega un pellizco y dice: “no entiendo por qué tienen que hablar de eso”. Y regresamos al silencio.

Y entonces despiertan nuevas dudas: uno en principio cree que es más inteligente que los demás y que  nadie sabe que yo sé lo que sé. Pero después me doy cuenta que soy una pobre principiante y que estoy sentada en medio de un círculo que lleva conversando el tema durante años y no solo saben que yo sé, sino que además la gente es experta en hacerse la pendeja y ocultar maravillosamente que sabe algo. Yo no tengo esa capacidad. Soy pésima secretista. Si por ejemplo me secuestraran para sacarme información, no tendrían ni siquiera que llegar a la etapa de la tortura, porque a la primera pregunta estoy escupiendo todito lo que sé. Es que a mí pueden indagarme sobre mi vida, y yo abro todos los archivos que tenga al respecto en mi cerebro y los descargo por la boca. Y a veces también escupo hasta lo que he especulado al respecto, porque nadie me ha contado verdades completas.

Y parece ser que todas estas cosas se desarrollan con intenciones de evitar dolores e incomodidades, pero a mí me generan todo lo contrario, porque creo que la única forma de tener claridad es que las cosas estén claras. ¿Si me explico? Claro… claridad… luz… iluminación… circunstancia en la que al ojo humano le queda más fácil ver lo que es evidente en vez de propiciar situaciones en las que hay que inventarse la verdad. Y las cosas no pueden estar claras si no puedes hablar de ellas con quien ha dado origen a la situación en particular.

Entonces de eso se trata: hay personas que creen erradamente que por el bienestar común la verdad debe ser ocultada, y hay temas de los que no debe hablarse. Pero eso no se presta para nada diferente que para permitir que quien se cuestiona invente verdades inexistentes, y lo que puede ser más doloroso aún: especular acerca de las razones por las que la verdad se oculta, y llegar a conclusiones que se basan en el hecho de no ser suficiente para merecer esa verdad. 

El misterio… andar a ciegas… solo genera tropezones. Es como si uno estuviera caminando por un pasillo que está lleno de cosas, y pues nada: para no golpearse hay que esquivar todo lo que está ahí puesto, y eso no es molestia. Lo que realmente es molesto es que apaguen la luz cuando uno va por ahí caminando para que no las vea, como si apagando la luz no me fuera a dar cuenta del desorden, o no veré las cosas que no me gustan, pero qué sentido tiene ocultar verdades si a oscuras igual voy a tropezarme con lo que nadie me dice, y voy a darme cuenta de que todo eso sigue ahí.

POR: AVENTURERA

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