UNA HISTORIA DE MIEDO
Para nadie es un secreto que yo creo en los fantasmas. Creo
que hay una parte de algunas personas que se queda por ahí rondando en la
atmósfera por alguna razón, fenómeno que la ciencia no ha podido explicar aún
porque los conocimientos científicos que tenemos a la fecha son realmente
paupérrimos para expresar esto en fórmulas quedándose cortos.
A ella, a la ciencia, se le escapan muchos detalles. Es como
cuando creíamos que la tierra era plana, y el horizonte, para los científicos
de la época, tenía esta explicación: ahí se nos acaba el mundo.
El ser humano tiene ese tipo de salidas: si no logramos
explicar algo, es porque ahí se acaba la historia. Fin del tema.
He tenido muchas experiencias paranormales en donde la ciencia se queda cortísima, desde ver en
el espejo a un hombre sentado a los pies de mi cama mientras yo me estaba
tratando de quedar dormida y que segundos después simplemente se esfumó, hasta hombres
que dicen que me aman y que bajarían la luna y las estrellas por mí, pero que
si les pides compartir un par de llaves… también se esfuman. Son
dos ejemplos de esos casos en los que la ciencia no tiene explicación.
Esta es la historia de Jerónima, una joven que nació a mediados
del siglo XX. Tuvo un novio en particular, Jerónimo, que siempre había soñado
con una familia grande, con hijos (en plural) y nietos (más plural todavía) pero
que no encontraba a la mujer de sus sueños, aún. En esa espera Jerónimo tuvo
que asistir a cuarenta matrimonios, intermediar en treinta divorcios (caso que
para la época no era muy bien visto), y rescatar a diez amigos de la
infelicidad. En el entretanto apareció Jerónima y los dos se enamoraron
perdidamente.
Mientras se enamoraban vivieron muchas cosas juntos. Se
hicieron hippies, bailaron rock and roll, aventuraron por el mundo y conocieron
lugares exóticos. También dieron posada a todos sus amigos de amores
fracasados.
Jerónima pertenecía a un movimiento feminista en el que
apoyaba los métodos anticonceptivos como el trampolín hacía la libertad de la
mujer, y Jerónimo hacía parte de bastas causas que defendían movimientos
comunistas latinoamericanos. Pero independientemente de eso, no podían vivir el
uno sin el otro. Y aunque el matrimonio es un sacrilegio para el feminismo y el
amor es una ilusión distractora para el comunismo, y aunque vieron de cerca cómo
se desmoronaba el amor y el matrimonio de sus amigos más cercanos, Jerónimo le
propuso matrimonio a Jerónima y ella, como quien ve la luz por primera vez,
aceptó.
No veían la hora de cerrar los ojos en la noche
tranquilamente porque el jeronimio se
encontraba ya completo, y de poder abrirlos en la mañana siendo ellos mismos
juntos lo primero que veían - Ni que
tuvieran espejo en el techo, ¿si? O que… - .
En medio de los preparativos Jerónima perdió su rumbo
feminista. Fue rechazada por las integrantes de la causa. Sintió miedo. Pero no le importó porque tenía a
Jerónimo.
A la par Jerónimo empezó a recapitular sobre las vidas de
sus camaradas que habían tenido que abandonar a sus mujeres y a sus hijos por
seguir el norte, y de los que habían abandonado el norte por estar con sus
mujeres y sus hijos. Y esa cruda historia de la mayoría: el amor en algún
momento, simplemente… se va.
Entendió que no tenía por qué ser así: si no hay mujeres, ni
hijos, ni amor, no hay nada que abandonar. Empezó a atemorizarse y visualizar a
Jerónima en unos años como esa mujer furiosa que lo esperaba en casa con niños
llorando regados por todas partes, y creyó por un momento que llegaría a
odiarla. Prefirió no hacerlo. Sintió miedo.
A la boda no llegó. Y Jerónima, sola, solo lloró.
Jerónima lloraba y lloraba, a veces muy fuerte, como
creyendo que Jerónimo podría escucharla. Su madre, que era una feminista
escondida en las tradiciones de los cincuentas, se sentaba a los pies de su
cama a cuidarla y a convencerla de que comiera algo. Le decía que hiciera lo
que hiciera, no hay nada que haga a un Jerónimo
retractarse de su idea, o dejar de tener miedo. Porque los Jerónimos ya
libraron una batalla contra sus miedos, y la perdieron, y están convencidos de
que se están protegiendo de eso a lo que temen, sin importar que el costo sea
dejar de vivir las tres cuartas partes de la vida. Y en todo caso, no todas
necesitamos un jerónimo.
Y en esta historia de miedo,
miedo sentían los dos, pero sólo Jerónimo le permitió a sus miedos que acabaran
con ese sueño que lo había movido toda su vida: una familia grande.
Jerónima murió de deshidratación por el llanto unos años después,
y de su reposo nació una nueva Jerónima que volvió a la causa con la sabiduría suficiente para no enamorarse
de nuevo.
Dicen que Jerónimo murió en Chile a principios de los
ochentas en circunstancias desconocidas, pero lo que si se conoció es que la
causa nunca lo movió tanto como lo movía Jerónima.
Dicen también que hoy en día Jerónimo se sienta a los pies
de la cama de una mujer distinta cada noche para mirarla dormir y cuidarla,
purgando su culpa por haber hecho llorar a Jerónima en su lecho sin consolarla,
y por no haberse permitido ser feliz viendo dormir a Jerónima en las noches que
habrían tenido de vida juntos.
Y a mí, por fin me explicaron quien rayos me miraba esa
noche tan fijamente a los pies de mi cama.
A veces me aterra lo buena que soy para aclarar misterios, y
lo mala que soy para reconocer jerónimos.
POR: AVENTURERA
Un brindis enorme por las Jeronimas del mundo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarYo tambien tengo mi Jeronimo protector, besitos.
Jejej ,muy bueno.
ResponderEliminarBUENISIMO....
ResponderEliminarbonito cuento de horror, del horror que no se entiende, del horror que no se quiere vivir, pero por error se llega a ese horror. Por no tener la valentía de vivir en el horror, y vivir el horror de pensar que pudo ser. Creo que la incertidumbre del "qué habría sido" es el peor horror que se puede vivir.
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